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Por una cachapa

EL ARTE DE COMBINAR EL SI CON EL NO – RICARDO BULMEZ – El Candil Pedregalero – Año II – N° 85 .-

A los matrimonios.

A una pareja amiga le pasó la anécdota más simpática y curiosa que le pueda suceder a alguien: este matrimonio estuvo a punto de terminarse por una cachapa. Si, así como lo oyes, por una cachapa de esas que se comen, de esas mismas.

Aunque por supuesto, estamos claros, en realidad no fue por esto, pero fue la gota que rebosó el vaso que ya estaba lleno de otras “cachapitas”.

El esposo todos los días pasaba buscando a la esposa en la escuela donde ella trabajaba. En la carretera había una venta de comida y mi amiga, cada vez que pasaba por allí de vuelta a casa, se antojaba de comer cachapas.

– ¡Mi amor, vamos a comernos una cachapita ahí!  – esto molestaba a mi amigo quien se detenía en el sitio pero de muy mala gana. Mientras ella desfrutaba su cachapa él se comía su rabia.

– Mi amor, ¿quieres probarlas? Están muy sabrosas – le decía ella, mientras se saboreaba y se montaba en el carro.

– ¡No, no quiero cachapas! – contestaba él poniendo violentamente el vehículo en marcha. Esta escena se repetía con frecuencia a lo largo de la semana. Cuando él iba en busca de su esposa en vez de pensar en ella, lo que pensaba era: “Seguro que hoy pide cachapa otra vez, me molesta cada vez que oigo esa vocecita”: “¡Mi amor – remedando a su mujer -, vamos a comernos una cachapita ahí!”.

Por eso cuando se acercaba al sitio de las cachapas aceleraba más el carro. Un día, ante los repetidos requerimientos se ella, él explotó violentamente.

– ¡Pero bueno! – dijo gritando con furia – ¡¿hasta cuándo cachapa, cachapa y cachapa?!, ¡¿es que tú no tienes comida en la casa?! – esto generó una tremenda discusión seguida de quince días de amargo silencio… y sin comer cachapas. El estar callado y no comunicarse con su pareja produjo en mi amigo un sentimiento de culpa y de arrepentimiento, pero su orgullo le impedía pedir perdón; indirectamente le hacía halagos a su esposa, pero ésta se mostraba muy indiferente, le sonreía, pero ella no movía ni siquiera un músculo de la cara, le abría la puerta cuando iba a entrar al vehículo y ella como si nada.

– ¿Cómo te fue hoy en la escuela? – preguntó un día él con ánimos de buscar conversación, ya que quince días sin hablarse le parecían muchos.

– Bien – contestó ella secamente y sin ganas de continuar hablando.

– ¿Asistieron todos tus alumnos a clases?

– Sí.

– ¿Todos van bien en los estudios?

– Si – contestó la esposa mientras se limaba las uñas.

– ¿Qué te pasa? – preguntó él como si nada hubiera pasado.

– Nada – contestó la esposa… El viaje a casa se convertía diariamente en algo incómodo y desagradable, él ya no hallaba qué tema de conversación plantear, no sabía qué decir ni cómo actuar.

“¡Pues sí!” – decía de vez en cuando intentando expresar algo.

Cada vez que se acercaban al sitio de la “cachapera”, el esposo rezaba interiormente: “¡Dios mío, que pida cachapa!”. Dios escuchaba esta oración, pero no intervenía para nada, pues esperaba para ver qué haría él.

Un día, mi amigo decidió poner fin a esa situación amarga y pesada. Después de buscarla en la escuela, antes de llegar a la venta de cachapas le dijo sutil y dulcemente.

– Mi amor si quieres nos comemos una cachapita ahí…

– ¡Yo no quiero cachapa! – contestó ella agriamente mientras hacía que continuaba limándose las uñas para decepción de mi amigo.

Éste insistió resquebrajándose su sutileza.

– Pero ¿qué te pasa?, ¡¿no nos podemos comer una cachapita juntos?!

– ¡yo no quiero! – contestó ella arreglándose las uñas con más rabia, más que arreglárselas se las estaba rompiendo.

Él haciendo caso omiso de la actitud de la esposa, se bajó del carro y compró dos cachapas especiales, una para él y otra para ella. Mientras se acercaba al vehículo se comía la suya; al llegar le dio la otra a su esposa.

– ¡Te dije que yo no quería cachapa! – dijo ella mientras lanzaba la cachapa con furor al piso del vehículo.

– ¡Porque tiras la cachapa! – gritó él. Aquí ardió Troya: se desató una discusión agria y con atropellos, salieron a relucir problemas viejos y aparentemente olvidados.

A partir de este momento ya esa cachapa no tenía nada que ver con el problema, emergieron otras “cachapitas” que siempre habían estado presente: “¡No te metas con mi mamá!”, “¡porque no te vas con esa desgraciada que tenías!”, “¡eres una vaga que no hace nada en la casa!”, “¡me arrepiento de haberme casado contigo!”, “¡tu como hombre no sirves para nada, no sirves ni’pa’eso!”, “¡la otra vez me pegaste!”… es decir, “cachapitas” iban y “cachapitas” venían.

La discusión fue tan violenta que llegaron a los golpes. Con el tiempo las cosas empeoraron, todo se fue complicando y hasta se habló de divorcio. Al hablarse de la ruptura de la pareja, las dos suegras hicieron su aparición en escena; ya el problema no era solamente entre dos “cachapas” sino también entre dos “cachapotas” más, que eran las suegras.

¡Claro!, al presentarse las suegras todo terminó en el piso. Por eso, siempre digo: ¡suegras, no se metan!, ¡suegras no se metan! Ustedes son las personas que, muchas veces con muy buena voluntad, contribuyen a destruir matrimonios. Suegras por favor, no se metan.

En un conflicto de pareja no debe meterse nadie, si la pareja fue quien generó el conflicto ella misma debe encontrar la solución, y si alguien se tiene que meter porque tenga que hacerlo que sea cualquier persona menos las suegras. Porque generalmente, a éstas no les interesa la relación lo que les preocupa es su hijo o su hija, no la pareja. En nuestro caso también se metieron las suegras y cuando lo hicieron la cosa empeoró: “Te dije que ese hombre no servía para nada”, “no sé para qué te casaste”, “había tantas mujeres buenas y tú viniste a caer con esa”… me parece oírlas.

Un día la esposa vino hablar conmigo y me contó la situación por la que estaba pasando con su esposo y que estaban dispuestos a divorciarse, me contó también todos los problemas que tenían como pareja, incluso el incidente de la cachapa.

– ¡Me voy a divorciar! – me dijo envuelta en llanto.

La cuestión llegó a preocuparme, llamé a mi amigo para oír su versión y al rato se presentó con una actitud de defensa, pensando tal vez que yo le iba a reclamar o a culpar por algo.

– ¿Tú me mandaste a llamar? – me dijo con voz de hombre rudo y arrugando la frente.

– Sí – le contesté.

– ¿Para qué?, ¿qué quieres? – él sabía perfectamente para qué lo había mandado a llamar.

– Por aquí estuvo tu esposa y…

– ¡Ahhh, ya estuvo por aquí!, ¡yo sabía que iba a venir! – me dijo.

– Sí – le contesté -, ella habló conmigo, pero yo quiero escucharte a ti también. Después de que se calmó un poco, me expresó la firme decisión de divorciarse por todos los problemas que tenía con su pareja, me contó también que lo de tirar la cachapa al piso le había parecido una falta de respeto hacía él de parte de su esposa… ¡Y dale con la bendita cachapa!

Una tarde cité a los dos. Ella habló primero y él después, sólo se interrumpieron el uno al otro en el momento en que estaban explicando el impase de la cachapa.

– … entonces yo le dije – contaba ella sin dejar de llorar -, “mi amor, vamos a comernos unas cachapita ahí”. Y él me gritó: “¡¿Hasta cuándo cachapa, cachapa y …?!”.

– ¡Pero narra todo! – interrumpió él -, ¡¿por qué no dices que tú tiraste la cachapa al piso?!, ¡ahhh, eso no lo cuentas!, ¡eso fue lo que más rabia me dio! Interrumpí “la cachapera”, perdón… la conversación, y les hice ver la posibilidad de una reconciliación verdadera, que en una pareja siempre hay momentos de desavenencias, de problemas, de conflictos.

Les dije que esto no era motivo de separación y que recordaran que el matrimonio es “hasta que la muerte los separe”, es la muerte quien los debe separar, no los problemas.

– Miren – continué – si uno se descuida, una relación se puede romper por una tontería. El amor debe ser más fuerte que los problemas que puedan surgir. ¿Cómo es posible que ustedes estén a punto de divorciarse por una cachapa?

– Ellos muy reflexivos se quedaron mirando el uno al otro, esa noche cenamos los tres juntos… con cachapa.

Una relación siempre se rompe por una tontería, no vale la pena perderla por nada. Todos de alguna forma hemos roto alguna por algo insignificante.

Algunos la destruyen por el carácter, otros por una palabra, otros porque “me miró mal”, generalmente una relación se rompe por una cosa: por querer tener razón. Es más, cualquier relación tiene más valor que todas las razones del mundo juntas.

Seguramente que tú también tienes una “cachapita” en tu vida.

¿Cuál es tú cachapa?

NOTA: Publicación autorizada por su autor.

Coro – Capital del Estado Falcón – Venezuela

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