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Pinino

EL ARTE DE COMBINAR EL SI CON EL NO – RICARDO BULMEZ – El Candil Pedregalero – Año II – N° 101 .-

A un perro callejero.

Era un perro de esos que comúnmente llamamos callejeros, que no tienen pedigrí. Si, uno de esos perros que cuando se enferman no tienen a nadie que los lleve a una clínica veterinaria. Era de color blanco con pintas negras regadas por todo su cuerpo, parecía una ficha de dominó, querendón, juguetón y muy zalamero. Era el perro más afectuoso que he conocido, pero también el más molestoso. Y se llamaba “Pinino”…

Un día “Pinino” llegó de la calle y se quedó en la casa de mis padres durante más de quince años, ahí lo encontraba cada vez que iba de vacaciones. Cuando alguno de la familia llegaba, él era el primero que salía a recibirlo y se desvivía por hacer halagos moviendo la cola y dando vueltas como un trompo.

Era cariñoso con todos, pero fastidioso. ¡Qué perro tan amoroso! Hoy te recuerdo, “Pinino”. Ese perro, cada vez que me veía sentado, ponía sus patas sucias sobre mis piernas y me manchaba la ropa; particularmente me molestaban todas sus ternuras babosas.

En muchas ocasiones me labraba; además de invitarme a jugar con él, corría y se detenía de repente para que lo siguiera, todo esto me disgustaba. A mí no me gustan los perros, por eso más de un grito, un castigo, y una patada llevó, por ser tan cariñoso y querendón.

Me di cuenta de que en la familia tampoco lo trataban muy bien, sin embargo, él tomó la decisión de vivir en los alrededores de la casa y la cuidaba como si fuera de él, y por ahí se fue quedando. Unas veces le daban las sobras y otras no comía nada, pero le dieran algo de comer o no, él seguía tratando a todos con mucho afecto.

El perro a mí me caía mal, pero no así a algunos de mis hermanos – por algo estuvo en la casa más de quince años-, tanto lo querían que le pusieron el nombre de “Pinino” a mi cuñado porque era cariñoso con mi hermana y fastidioso con nosotros.

Durante todos esos años me fui acostumbrando a la presencia indeseable del perro fastidioso, cariñoso y juguetón. Antes de llegar a mi casa me imaginaba la presencia del antipático animal y cada vez que inoportunos ladridos juguetones. Todo esto me fastidiaba.

En una oportunidad fui de vacaciones a mi casa, como tantos años lo hice. Llegué en el primer avión muy de mañana. Como siempre, entré por el patio muy despacio para que el perro no me asediara con sus movimientos y brincos amistosos. En esta ocasión le gané una a “Pinino”, por primera vez no se dio cuenta de mi presencia. Esto lo agradecí, pero al mismo tiempo me extrañó. Él nunca había dejado de recibirme.

- ¿Desayunaste? - Me preguntó mi mamá después del saludo habitual.
- No - le dije, aunque sí lo había hecho en el avión.
- ¿Qué quieres desayunar? - me preguntó -, ¿huevos fritos, queso rallado o carne mechada?
- Quiero huevos fritos, queso rallado y carne mechada - contesté.
- ¿Quieres pan o arepas? - siguió preguntando.
- Prefiero pan… y también arepas - seguí contestando.

Me había llamado la atención que “Pinino” no saliera a recibirme con sus ladridos de alegría y sus patas terrosas y embarradas. Pensé que andaría por la calle en busca de alguna perra.

Pasó toda una mañana y no apareció, no lo vi. Quería que se presentara para espantarlo, como siempre: “¡Sal perro!, ¡sáquenlo de aquí!”.

- ¿Y el perro?, ¿Dónde está? - pregunté a mi mamá.
- ¿Cuál perro?
- El perro… el perro de aquí… “Pinino”
- ¡Ay, pobrecito!, lo mató un carro hace unos tres meses - contestó mi mamá. ¡Ahhh!, ¡cómo sentí la muerte de ese perro!

Confieso que esta noticia lejos de alegrarme me entristeció y me pegó muy duro en el alma, nunca imaginé que yo lo quería. También confieso mi debilidad de corazón, me metí en el baño y lo lloré; derramé unas cuantas lágrimas a escondidas.

Aunque la muerte de “Pinino” no me hizo llorar sino recordar, lo que pasa es que a veces los recuerdos vienen envueltos en llantos y en dolor. ¡Tanto cariño que me dio ese perro y de mi sólo recibió indiferencias y malos tratos! ¡Cómo quise jugar con él! Quería decirle que corriera que yo lo alcanzaría, que montara sus patas sucias sobre mis piernas. Quería llamarlo: “Pinino, Pinino, Pinino” Que viniera para acariciarle la cabeza, quería gritarle: “¡Vamos a jugar!”. Pero ya era tarde, “Pinino”… ya estaba muerto.

No maltratemos ni descuidemos a nuestros seres queridos, porque un día los buscaremos y ya no estarán entre nosotros.

¿Cuántos “Pininos” tenemos maltratados y descuidados en la vida?

Los Teques – Municipio Miranda – Venezuela

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4 comentarios en «Pinino»

  1. Lo más difícil de tener una mascota, es separarse de ella….pero así pasa, la mayoría de las personas creen que permanecerán aquí por siempre….Triste!!!!

  2. Hermosa reflexión!! ojalá entendieramos a tiempo que hay gente a nuestro alrededor que mientras están no les préstamos la debida atención y cuando ya no están es que notamos cuanta falta hacen!!

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