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La Piedra y el Pajarito

Por Ricardo Bulmez

A los que han descubierto que fortaleza y dureza… no es lo mismo .  

Ella era tosca y desagradablemente deforme, inservible para cualquier uso; solitaria en su dureza, y áspera en su aspecto.

¡Dura como ella sola!… Nadie sabía qué color tenía ni cómo era por dentro.

¿Qué había en su interior?

Parecía muy grande pero su tamaño exacto realmente se ignoraba porque la tierra que la cubría evitaba ver su grandeza y su pequeñez.

Inmóvil en su cárcel de oscuridad y de miseria, así estaba nuestra piedra durante muchos años: enterrada en el corazón de una inmensa montaña que le impedía ser ella misma.

Un buen día arreciaron los vientos y cayeron las aguas tormentosas como nunca había sucedido. La lluvia, que moja todo donde cae, fue horadando la gran cordillera que tenía esclava a la piedra.

Empujada por su propio peso se precipitó y rodó montaña abajo. Después de mucho bajar y de tantos golpes quedó clavada en la ribera de un humilde y escuálido río. El agua del cielo le fue quitando lentamente la tierra barrosa.

Entonces se descubrió que no era tan grande como parecía. Sí, ella era tosca y deforme pero ya estaba limpia.

– ¡Me moví!, ¡me moví!, ¡soy libre! – La piedra gritaba de alegría. Miró su rostro por primera vez en el espejo del río y se dio cuenta de que era sumamente desagradable. Esto la llenó de odio y resentimiento, y se dijo resignada:” Soy una piedra solitaria, tosca, fea, deforme e inservible”.

Una mañana, un niño estaba cazando mariposas, resbaló y su cabeza chocó con las aristas de la roca áspera. La sangre del muchacho corría a borbotones quedando empozada en las hendiduras torcidas de la piedra. Sintió gozo en el dolor del muchacho y se dijo: ¡” Soy una piedra que hace daño a los niños”! Y comenzó a reír con sarcasmo. 

En otra oportunidad un vagabundo de los caminos, viejo y cansado quiso reposar cerca del riachuelo, se sentó sobre la piedra y las puyas de las malignas aristas se incrustaron en la piel del caminante causándole una enorme herida.

– ¡Hago daño a los viejos caminantes! -gritó la piedra con una carcajada escandalosa.

La fama de la piedra corrió por toda la comarca, la llamaban “LA PIEDRA MALDITA”.

Nadie osaba pasar por ahí, todos se alejaban. El agua del humilde río se secó, ya no iba a refrescar a la piedra ni a saciar su garganta sedienta y reseca, también las flores multicolores desaparecieron. El viento, que en otros tiempos se escondía entre los árboles para jugar con las ramas, enmudeció.

“LA PIEDRA MALDITA” comió soledad y respiró amarguras. Quedo sola, nadie la buscaba, todos huyeron de ella porque le tenían miedo.

-Soy una piedra comiendo soledad -se dijo-,

¿Dónde está el niño que caza mariposas?,

¿Por qué no ha vuelto más?

Y el viejo que andaba por los caminos, ¿Dónde está?, ¿Por qué no viene a sentarse en mis lomos? ¿Adónde fue el agua que me hacía cosquillitas en los costados? ¿Adónde se han ido las flores con sus bellos colores?

¡Viento que meces el follaje, que me decías cosas a mis oídos y acariciabas mi piel, ¿Qué se han hecho?! La piedra lloraba amargamente su desamparo y su tristeza; nadie se le acercaba ni la consolaba. “Yo no soy maldita, soy una piedra equivocada y confundida”, se decía lamentándose.

– ¡¿Quién vive?!… ¡¿alguien me escucha?! ¡Soy yo, la piedra del camino!… ¡Yo no soy maldita!, ¡soy una piedra que se siente sola!, ¡quiero tener un amigo!, ¡¿hay alguien ahí?!-gritaba desesperadamente. Sólo el eco, el silencio y el hastío le respondían.

Un día un pajarito lindo y bello escuchó sus gritos, volando y cantando armoniosamente se lanzó por los aires en raudo vuelo para hacer compañía a la piedra solitaria, el pajarito quería ser su amigo. La piedra escuchó desde lejos un canto bello envuelto en unas alitas hermosas. Por primera vez en su vida ensayó una sonrisa de alegría. ¡Por fin tenía un amigo! ¡Alguien creía en ella!

– ¡Ya no seré más la piedra maldita, adiós soledad, adiós tristeza!”, se decía satisfecha. Sintió que su duro y áspero corazón se volvían blandos para amar y se llenó de bellas y profundas emociones. “¡Esto que siento debe ser el amor, es algo tan sublime…!”, pensaba mientras su nuevo y único amigo se acercaba en veloz, alegre e inocente vuelo. En ese momento la piedra se acordó alarmada de que tenía aristas que cercenarían a cualquiera y podrían causar la muerte.

– ¡No!, ¡no te acerques amiguito lindo!, ¡no te acerques! Gritaba desesperadamente para evitar hacerle daño. Ya era tarde, pues uno de los bordes puntiagudos del lomo de la piedra le destrozó el corazón al pajarito, la avecilla abrió su piquito por última vez y salió de su pecho el canto más bello que se haya escuchado en todo el bosque, porque cuando dos seres se aman y se encuentran producen el himno más hermoso que pueda existir. El pajarito rodó ensangrentado y moribundo, su cuerpo inerte cayó en el humilde río reseco… ya estaba muerto. La piedra lo vio sin vida en el cauce del riachuelo. Una mueca de dolor y de honda tristeza traspasó todo su ser, quiso estirar sus manos para acurrucarlo y darle vida, y entonces se dio cuenta de que no tenía brazos ni manos para acariciar ni para salvar, sino aristas para hacer daño y matar. Se apoderó de ella un sentimiento de rabia, culpa e impotencia como una espina aguda que hizo estremecer todo su cuerpo, y gritar el llanto del quebranto.

La piedra lloró intensamente a su amigo muerto, porque el alma cuando duele hace brotar lágrimas de amor, sí, derramó muchas lágrimas y todas fueron a parar al cauce del río.

El sollozo de la piedra fue tanto que el río empezó a crecer hasta que se fue haciendo muy grande y caudaloso, y se convirtió en una inmensa corriente de llantos hecha de las lágrimas de la piedra. Las lágrimas arrastraron el cuerpo del pajarito muerto hacia caminos lejanos y desconocidos.

Todo fue recobrando vida, las plantas empezaron a reverdecer y las flores abrieron de nuevo su encanto, las mariposas querían nuevamente retozar con los niños juguetones y otra vez el viejo andante de los caminos emprendió su lenta marcha.

El río hecho de gemidos y lamentos del alma hacía cosquillitas, como antaño, a los pies de la piedra. Pero ¿Qué estaba pasando?, de repente la piedra sintió que perdía seguridad y estabilidad. El gran río comenzó a moverla y empujarla, “¡Ey, que me caigo!, ¡auxilio!”, gritaba la piedra. Con gran fuerza se precipitó hacia el fondo de las aguas y muchas de sus aristas se rompieron al caer. Empezó a rodar río abajo, desesperadamente buscaba la orilla, pero el choque con otras piedras se lo impedían, muchas le cayeron encima y le causaron gran daño, sentía que ya no tenía lomo. Una piedra gorda y grande le asestó un golpe tan tremendo que le quitó un cuarto de su ser. ¡Que dolor sentía!, todo su cuerpo estaba lacerado y mutilado, tenía la sensación de estar perdiendo peso, se notaba más liviana.

Las aguas cautelosas, impetuosas y violentas no detenían su marcha. En una esquina, una piedra que parecía una espada la traspasó de parte a parte. Aquel duro corazón, que una vez hizo llorar a un niño y sufrir a un caminante, sentía morir. Un grupo de rocas pequeñas de textura lisa y dura la abrazaron en su rodar; unas parecían lijas y otras jabones. Al ser arrastrada cause abajo y castigada por las aguas durante kilómetros y kilómetros, fue cambiando de forma y se transformó en algo distinto: ya no tenía aristas ni bordes torcidos, perdió mucho peso y volumen.

De aquella piedra tosca, grande, deforme e inservible quedó una lajita pequeña, lindamente proporcionada que parecía nácar. En la ribera del río limpio, cristalino y manso se dejaba ver algo como un diamante transparente y bello, y del cual salía un canto lindo y hermoso. Sí, era una piedra pequeña y suave que cantaba como un pajarito hermoso, su canto inundaba todo el bosque y alegraba a todos los seres.

Las flores se tornaron más bellas y de colores más intensos y variados, y los niños y los caminantes hacían peregrinaciones a ese sitio bendito. Y todo el mundo lo quería visitar, pues allí estaba una laja que exhalaba el canto bello de un pajarito hermoso. La llamaban “LA PIEDRA SAGRADA EN EL LUGAR BENDITO”, porque un pajarito muerto había recobrado vida en ella. Y la piedra sonreía de contenta porque se había transformado en un pajarito lindo.

Muchas personas se esconden detrás de una máscara, pretenden no amar cuando en realidad están sedientas de amor, quieren aparentar dureza y dentro guardan bellas emociones, aparentan ser duros y son débiles.

El amor y la sencillez pueden resucitar el canto muerto que una vez alegró nuestro existir.

No tengas un corazón duro sino fuerte.

NOTA: Esta historia forma parte del libro “El arte de combinar el SI con el NO”, escrito por el Padre Ricardo Bulmez, quien ha autorizado su publicación en “El Candil Pedregalero” .

Coro-Estado Falcón-Venezuela

Sábado, 29 de febrero de 2020

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1 comentario en «La Piedra y el Pajarito»

  1. Hermosa metàfora, a muchas personas a veces les sucede asì, solo quieren un amigo para conversar y terminan en frustraciòn…..Gracias por compartir, ese libro del Padre Bulmez es de una gran enseñanza….

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