ENFOQUE LIBERAL – EL CANDIL – AÑO IV – N° 200.-
En tiempos en los que en un país se suscitan movilizaciones sociales y protestas contra el régimen de turno —por lo general, uno que no se alinee del todo con posturas colectivistas—, es frecuente toparse en los medios con personajes quienes, con claras ínfulas de adalides de la moralidad, azuzan a la ciudadanía para que se unan a «su lucha» recurriendo a elementos que no apelan a la razón o al sentido común, sino al odio irracional y al resentimiento hacia quienes se encuentran en una mejor situación que ellos, siendo que estos «portavoces de la moral» son, usualmente, personas económicamente bien acomodadas, aunque no todos lo sean como consecuencia del trabajo honesto, sino de favores gubernamentales y derivados.
En ese contexto, es también común notar cómo defienden a ultranza la trasgresión a la propiedad de los demás —con excepción de la suya, claro—, así como el socavamiento de otros derechos, como la libertad de tránsito y de expresión, alegando que se trata del sentir acumulado por mucho tiempo de un pueblo viviendo «oprimido por el sistema» y que por fin está aflorando para «hacer justicia». Y, por supuesto, cuando la justa y necesaria respuesta a su agresión se manifiesta, los villanos pasan a ser las víctimas ante los ojos de tan impresentables sujetos quienes aprovechan la situación para continuar apelando a la emotividad del público, una emotividad sin un sustento razonable que meramente busca exacerbar los ánimos de las personas y así poder utilizarlas como carne de cañón para «su lucha». De ello que se pueda deducir que, cualquier pérdida humana o material que se dé en el calor de una «manifestación social», es responsabilidad de quienes azuzaron el enfrentamiento.
Lo más cínico del discurso que predican es que emplean la lástima como recurso de persuasión, obliterando la dignidad de las personas que utilizan como ejemplo, a pesar de que es precisamente por culpa de las políticas estatistas que ellos mismos alientan que los índices de desempleo, pobreza, analfabetismo y falta de acceso a servicios básicos se incrementa.
Es tal el cinismo de estos resentidos sociales que solo cabe comparar su actuar con el de un sociópata a quien, debido a la naturaleza de su trastorno mental, le es indiferente el hecho de engañar y utilizar a los demás para lograr sus fines, por más demenciales que estos sean, ni tampoco les preocupa el perjuicio que sus acciones causarán a los demás.
Es en virtud de tan nociva e irracional conducta que se origina a partir del resentimiento social, entre otros factores, que se torna en una necesidad el presentar una férrea oposición, exponiendo y denunciando los males que causa, así como la vil naturaleza del discurso en el que estriba.
