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La física y la salud

ÁLVARO RAMÍREZ – EL CANDIL – AÑO IV – N° 198.-

En artículo anterior hablábamos de la impotencia como sentimiento asociado a asuntos importantes que enfrenta el mundo y sus diferentes regiones.  Planteábamos, cómo pareciera que se extiende la apreciación de los ciudadanos en cuanto a su imposibilidad de hacer algo para solucionar tópicos, muy importantes por su impacto en la vida permanente de todos. Es paradójico que cada quien tiene una explicación para haber llegado donde estamos y la mayoría, una solución. Pero es casi seguro, para cada uno, que “los demás no quieren trabajar para adoptar la solución, no les interesa”, por tanto, no podemos hacer nada. Solo sentirnos impotentes y resignados. Es lo más saludable para evitar el stress que mata.  

En este punto podemos tratar de imaginarnos la sumatoria de una parte importante de ciudadanos sintiéndose impotentes para abordar soluciones a los asuntos que impactan la sociedad. ¿Qué efecto puede producir? No se necesita especular mucho para decir que, probablemente la profundización de los problemas por la inacción. No está de más recordar el concepto de INERCIA: resistencia que opone la materia a modificar su estado de reposo o movimiento, y solo se modifica ese estado, si una fuerza actúa sobre ellos. No hacer nada, es decir no tomar acción, también es una decisión, que por cierto produce resultados. En este caso, agravar los problemas.

“Locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes” decía el autor de la teoría de la relatividad. Podría ser un buen diagnóstico.

Cualquiera puede decir que la inercia mantiene las cosas como están si no se toma acción. Es decir, si me declaro impotente (y esto se convierte en mayoría) y solo pienso que alguien (otro) debe hacer algo, pudiéramos según el raciocinio de Einstein, concluir que la sociedad, o por lo menos una de sus mitades, si pensamos en la polarización tan en boga y útil para algunos hoy en día, está enferma de locura colectiva, según la otra mitad.

El problema y nuevamente acercándonos a Einstein (aunque sus deducciones no eran necesariamente para la psicología o sociología), es que la locura no puede dejar de considerar el tiempo. Acordémonos de nuestro aprendizaje, cuando nos parecía increíble que hubiera existido una época en que se pensaba que el mundo era plano, 500 años antes del Nobel (algunos todavía lo creen) 

La mitad piensa que todo se puede cambiar y arreglar inmediatamente, solo basta ordenarlo (el cambio revolucionario, puej) y la otra mitad, piensa que es imposible cambiar a la sociedad revolucionaria y se debe adoptar la RESICRACIA (ver artículo anterior con su definición, asociada a resignación)

Hoy cualquier encuesta creo que mostraría en nuestro mundo polarizado, que cada mitad de la sociedad piensa que la otra está sufriendo de locura. Para cada mitad los demás no tienen la razón y no hacen lo que se debe y no podemos hacer nada al respecto.

¿El problema real y que pudiera contener como conjunto todos los subconjuntos “¿PROBLEMA MUNDIAL X”, no será que la locura es pensar que es utópico concebir las relaciones entre los componentes de la sociedad de una manera diferente?  ¿Será locura pensar que podemos ponernos de acuerdo si genuinamente creemos en la necesidad de ser sostenibles en el tiempo como sociedad? ¿Será locura pensar que, si hay propósito, compromiso y capacidad de trabajo, el gran ausente no puede ser el TIEMPO, para ponerse de acuerdo y adoptar acciones que nos conduzcan al mejoramiento como sociedad? Debemos entender que a la naturaleza le toma tiempo lograr el balance y equilibrio de las especies, pero la vemos funcionando día a día hasta en los elementos más simples como el desplazamiento de las semillas por el viento y el efecto de la lluvia o su ausencia en las cosechas, y el rol de cada animal y su depredador en la cadena.

Creo, aunque parezca que paso del pesimismo absoluto al optimismo desbordado, que sí es posible, aunque se perciba como utópico, contribuir como sociedad entendiéndonos. No creo que sea posible de la noche a la mañana, porque debe ser alrededor de valores fundamentales aparentemente muy fáciles de entender, aunque muy difíciles de adoptar.

Un punto de partida interesante y que creo que convocaría como base a la gran mayoría, debería ser el afecto especial por nuestra descendencia. En otras palabras, el amor a nuestros hijos y sus hijos. ¿Sin embargo, se puede interpretar de diferentes formas? ¿Podremos seguir utilizando erróneamente la expresión “El amor es incondicional”? El peligro puede llegar del lugar menos esperado y envuelto hasta en las mejores intenciones.

¿Cuántos niños mueren literalmente asfixiados por sus padres? ¿Cuántos adultos mueren por no detectar los peligros a tiempo? ¿Cuántos seres humanos matan a sus amadas mascotas por alimentarlas con sus apetitosas comidas? ¿Cuántos niños matan a sus padres en un accidente por no ir en su silla protectora?    

Los seres humanos inventamos las cunas y demás protectores hace mucho tiempo, para cuidar a nuestros indefensos descendientes en sus primeros años de vida. Como subproducto, el niño aprende que hay límites que lo protegen y que en algún momento podrá superar favorablemente si aplica bien su libre albedrio. Siempre habrá aspectos, (¿Valores?) a los cuales deberá acogerse en la vida para su propia supervivencia. La cuna puede ser un ejemplo de las primeras normas para aprender sobre la importancia de detectar el peligro y escuchar a los demás y no hacer daño.

Otro aspecto importante a tener en cuenta para entendernos es, que nadie puede vivir y ser autosuficiente, solo. Pensemos solamente que el ser humano es el animal que demora más tiempo en poder procurarse su alimento.

Un tercer pilar del entendimiento que ya empieza a ser más difícil de entender es que las relaciones constructivas no pueden ser un juego de suma cero, donde para que uno gane el otro tiene que perder.  

Recuerdo cuando aprendí a manejar, cómo un sabio instructor, mi tío, me enseñó que las luces altas sirven para ver mejor a la distancia, pero una frente a otra, en la noche, solo sirven para ver menos, enceguecerse. Afortunadamente la tecnología y nuestros diseñadores de seguridad han introducido en los modelos recientes de vehículos, la facilidad de bajar la luz automáticamente cuando de frente viene alguien en la noche. ¿Cuántas vidas se habrán salvado por poner a las máquinas a comunicarse entre sí partiendo de sensores físicos y neutralizando la carga emocional que impulsa a los seres humanos a mostrar y exigir respeto por su pretendida superioridad ante otro?

Si entendemos y adoptamos estas sencillas (aunque pareciera imposibles de cumplir) disciplinas, podríamos empezar a ver el mundo diferente. No importa que la distancia, que prácticamente ha sido eliminada por la tecnología para interactuar, y aunque en un lugar del mundo sea de noche y en sus antípodas de día, la única forma de entenderse es integrar esfuerzos, no contrarrestarlos. Entender que querer no es permitir y promover el daño a otros y que no podemos vivir sin los demás.

¿Se puede trabajar en esto? Si.

¿Lo lograremos en poco tiempo? No.

¿Solo es gratificante? No.

Es la única vía para que las generaciones que nos siguen sobrevivan.

¿Por dónde empezar además de la cuna?

Internalizando que no somos impotentes ante la situación. Que la herramienta es la educación a nuestros hijos y descendientes. Que no solo es la académica. Es la formación complementaria que no podemos evadir y que requiere probablemente mayor esfuerzo.

Solo así formaremos a lideres adecuados a las necesidades cada vez más exigentes de la interactuación entre componentes hoy atomizados de nuestra humanidad. Abandonar progresivamente el pensar que si se hunde el barco mi camarote estará a salvo y que, si manejan mal el bus, no me importa porque mis hijos y yo no somos los conductores, solo somos pasajeros. Dejar de actuar como que, si mi familia está bien, no me deben importar los vecinos. Que, si mi urbanización está bien no me importa la de al lado y que si logro por cualquier método, que mi ciudad, mi estado, mi país, mi región esté bien, no debo preocuparme por el mundo y los demás.

SUMAR para contrarrestar la IMPOTENCIA pareciera lo verdaderamente saludable para evitar la locura colectiva contagiosa a pesar del libre albedrio. Aunque el tratamiento sea a largo plazo, como en cualquier enfermedad crónica y no a la velocidad de la luz, recordemos siempre que a cada acción corresponde una reacción.



Álvaro Ramírez
Álvaro Ramírez

Ingeniero Industrial con entrenamiento en USA, England, Holland, UCLA, Penn State y Michigan.  Gerente de logística de bienes y servicios operaciones y proyectos en Shell de Venezuela, Petróleos de Venezuela, S.A. (PDVSA), Petroquímica de Venezuela, S.A. (PEQUIVEN), BARIVEN, y Canadian Oíl Company de Colombia. SEO PROCURAMOS, proyectos, consultoría y asesoramiento internacional.   

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