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El termo roto

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Por Ricardo Bulmez

Al recuerdo de un juego de mi niñez.

Siendo un niño acostumbraba a divertirme con dos de mis hermanos y otros muchachos del barrio en un juego que todos llamábamos “Librada”. Éste consistía en que uno perseguía a los otros hasta que lograra tocar a alguien, así quedaría libre.

Cuando no estaban los viejos nos encantaba el interior de la casa para retozar; ellos decían que siempre rompíamos algo… eso no era verdad… las cosas se caían solas.

La casa de mi niñez era de bahareque y no tenía solar, es decir uno podía entrar por la puerta principal, salir por la trasera y dar la vuelta completa a toda la casa. Por eso era tan divertido jugar en ella.

En una oportunidad aprovechamos que no había nadie en casa y comenzamos nuestro juego. Recuerdo que me iban persiguiendo, atravesé el pasillo a toda velocidad con aquellas piernas ágiles que tenía, y al girar para salir por la parte de atrás tumbé un termo que estaba en la mesa de la cocina. Por supuesto, el termo se rompió, lo recogí, lo coloqué de nuevo en su sitio y seguí corriendo.

Me asusté mucho, pues sabía lo que venía después. Cuando la abuela iba a utilizar el termo para echar el “guarapo de papelón” que acostumbrábamos a tomar todas las tardes, se dio cuenta de que el termo estaba roto. Nos llamó a los tres y nos preguntó quién lo había hecho… nadie fue, éramos muy solidarios.

Mi abuela murió hace ya unos ocho años y antes de que partiera de este mundo me provocó decirle: “Yo fui quien rompió aquel termo”. Pero ¿para qué decírselo? Estoy seguro de que ella ya no se acordaba.

La pregunta es: ¿Por qué ese termo estuvo ahí durante todo el día y no fue sino hasta en la tarde que alguien se dio cuenta de que estaba roto?, ¿Cuál es la razón fundamental?

Aquí se pueden dividir las respuestas, sin embargo, la única razón es porque estaba roto por dentro y por eso la abuela no se dio cuenta. Por fuera el termo estaba bien, yo me encargué de limpiarlo para que no llamara la atención. Si, se rompió por dentro y en un termo roto todo lo que se le echa se sale, siempre queda vacío. Está lleno durante un tiempo “porque las paredes exteriores de afuera lo contienen”, como decía un amigo mío.

Así somos muchos seres humanos, estamos rasgados por dentro como un termo roto. Logramos obtener muchas cosas en la vida y las poseemos, pero con el tiempo ya no nos llenan. Alcanzamos muchas metas deseadas e importantes, pero se nos va la satisfacción al haberlas logrado, nos llenamos de títulos… y nada; con frecuencia en vez de conseguir dinero lo que conseguimos es una gran preocupación, porque el dinero siempre preocupa, sufres si tienes poco y también si tienes mucho.

Para algunos el sexo se convierte en una experiencia incómoda y desabrida; el poder tan perseguido, se torna a veces en una cruel esclavitud. Los niños son los únicos seres humanos que son de una sola pieza por dentro, porque todavía no han aprendido muchas cosas que sabemos los adultos; por eso les llena cualquier cosa.

Cuando un bebé está llorando basta que le suenen una campanita y se tranquiliza; en cambio un adulto, en vez de conformarse y tranquilizarse, pregunta malhumorado: “¿De quién es esa campana? ¿Cuánto te costó? ¿Es nacional o importada? ¿Por qué me la das?”, y continúa sufriendo.

Cuando uno está vacío por dentro nada le satisface, nada le llena, ni acepta ningún tipo de acción que sea para su bien.

Lo grandioso no es tener un carro sino la satisfacción que produce el hecho de tenerlo, algunos andan amargados en un vehículo lujoso; estar casado es bueno, pero mejor es ser feliz en el matrimonio. Tener buena salud física es lo que todos aspiramos y deseamos porque sin ella nos morimos, pero la salud no basta plenamente para satisfacer al ser humano.

Solamente con la salud física no se consigue felicidad, muchos suicidas tenían buena salud. Tus piernas no están hechas para hacerte feliz sino para sostenerte y trasladarte de un sitio a otro, si tus piernas pudieran hablar alguna vez dirían: “¡Apártense porque aquí llevo a un hombre desesperado y abatido!”.

Una vez un paralítico pidió ayuda a Jesús. Obviamente este hombre quería que le sanara las piernas. Jesús se dio cuenta de que el problema no era solamente la parálisis, sino su falta de paz espiritual.

-¡Jesús ten compasión de mí!  gritaba el paralítico.

-Tus pecados te son perdonados, le dijo Jesús.

-Yo no te pido que me perdones, sino que me cures las piernas, ya estoy cansado de esta camilla.

– Tu problema no está en tus piernas sino dentro de ti. ¿Para qué las quieres si no tienes alegría? Coge tu camilla y vete a tu casa, ya tienes paz espiritual, le dijo Jesús y también la sanó de su parálisis.

Ésta es la verdad completa: unas piernas sanas y la alegría de vivir (cfr. Mt 9, 1ss).

Así andamos muchos en la vida, creemos que el verdadero mal es la “camilla”, claro que andar todo el tiempo en una camilla no se le desea a nadie, pero el problema profundo está dentro de nosotros mismos.

La verdadera parálisis es la falta de amor, de capacidad de perdón, de esperanza y de alegría. Estamos vacíos de Dios, y mientras Dios nos falte, nada nos llenará plenamente, porque somos como un terno roto.

NOTA: Tomado del libro “El arte de combinar el SI con el NO”, con autorización de su autor El Padre Ricardo Bulmez.

Coro-Estado Falcón-Venezuela

Sábado, 20 de junio 2020

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