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El Liceo Mariano de Talavera

DE HISTORIA Y ALGO MAS – MIRELA QUERO DE TRINCA – El Candil Pedregalero – Año II – N° 98 .-

06 de marzo de 1958

– ¡Estudien para que sean mejores que nosotros!

Con ésta y otras frases parecidas se iniciaba el día en mi familia y en la mayoría de las familias venezolanas de mediados del siglo XX, que con sacrificio y dedicación pudieron cumplir el sueño de educar a sus hijos. 

Eso realmente sucedió y sólo pudo suceder en la Venezuela de la segunda mitad del siglo XX, obviamente financiado por la explotación petrolera, lo que permitió ofrecer a los niños y jóvenes, educación gratuita y de calidad desde la primaria hasta la universidad.

Si bien para los años 40, ya existían Liceos en las capitales de los estados, la educación formal en la Venezuela rural de entonces apenas llegaba hasta la escuela primaria y no brindaba oportunidades de educación especializada a la nueva generación que estaba naciendo y creciendo.

Fue a comienzos de los años 50 del pasado siglo XX, cuando mi padre, joven campesino con apenas sexto grado de instrucción primaria, al igual que varios jóvenes de su pueblo, Pedregal, decidió emigrar hacia el futuro, a la zona petrolera del estado Falcón donde ya desde finales de los años 40 habían comenzado a funcionar dos refinerías de petróleo, la de Amuay y la de Cardón, regentadas por las compañías Creole y Shell.

Gracias a su constante esfuerzo, al trabajo de mi papá en la refinería Cardón Shell y a los planes educativos de la ejemplar y mundialmente reconocida democracia venezolana de aquellos tiempos, mi madre pudo cumplir su sueño y tener la inmensa dicha de ver graduados a todos sus hijos. Y no es poco decir, que una familia de clase media y con un solo sueldo pudo dar educación técnica y universitaria a sus ocho hijos.    

También tuvimos la fortuna que al terminar nuestra educación primaria, ya existiera un instituto de educación secundaria en Punto Fijo. En efecto, el Liceo Mariano de Talavera, era la única institución de estudios secundarios completos en la Península de Paraguaná de aquellos años, porque el colegio María Auxiliadora, solo llegaba hasta tercer año.  Así se benefició la juventud paraguanera, que de no haber sido así, hubiera tenido que truncar sus estudios o ir a estudiar a Coro al excelente Liceo Cecilio Acosta o en la Escuela Normal, gasto que no todas las familias podían afrontar.

El Liceo Mariano de Talavera era una institución nueva que tuvo el honor de ser el primer Liceo creado por la democracia, por decreto del 6 de marzo de 1958, siendo presidente de la República el contralmirante Wolfgang Larrazábal y Julio De Armas como ministro de Educación,

Nuestro querido Liceo, bautizado con el nombre del obispo coriano Mariano de Talavera y Garcés, inició sus actividades el 16 de septiembre de 1958 en una casona alquilada de la calle Mariño Nº 17. Su primer director fue el profesor Diógenes Barreto quien junto a la subdirectora, la recordada profesora Zoraida Mata de Martínez y 16 profesores más se encargaron de formar y dirigir a los iniciales 400 alumnos, 2 secretarias y 6 bedeles, que dieron inicio al proyecto educativo.

Un año después, cuando en septiembre de 1959 comencé a estudiar bachillerato, el Liceo seguía funcionando en la vieja casa alquilada, pero ya estaba en camino la construcción de su sede definitiva, hermoso y amplio edificio que estrenamos en 1960.

Además de los ya mencionados director Diógenes Barreto y subdirectora Zoraida de Martínez, que también fue mi profesora de Ciencias de la Tierra y Geografía en 1º año, materia que estudiábamos por el libro de Levi Marrero, recuerdo con cariño a muchos queridos y excelentes profesores, insuperables y nunca suficientemente ponderados, quienes con sabiduría y firmeza compartieron y vigilaron la etapa de nuestro paso adolescente desde la infancia a la juventud, contribuyendo a nuestra formación y educación.

Tuve la fortuna de contar con excelentes profesores en diferentes años: a Carlos Peña, profesor de Inglés en 1º, 2º y 3º años; Carmelo Duarte en Castellano y Literatura, 1º año; el excelentísimo e impecable Rubén Ismael Padilla, profesor de Matemáticas en 1º, 2º y 3º año, de letra perfecta y quien siempre terminaba cualquier demostración matemática escribiendo en el pizarrón: Lqqd, “Lo que queríamos demostrar”; el sabio Humberto Acosta Sánchez en Biología, no recuerdo si en 3º y 4º año; el buenmozo Abraham Pulido, excelente profesor de Historia, en 2º y 3º años; el excelente Francisco Lindado, profesor de Física, en 3º, 4º y 5º año; la profesora de Manualidades, Concepción de Carretié que me enseñó a bordar punto de cruz; el simpatiquísimo y sin pelos en la lengua ¿Rafael? Gadea, profesor de Biología en 2º año; el subdirector ¿Rafael? Durán, profesor de Biología en 5º año; y mi padrino de promoción, el sabio español, Abraham Martín Sánchez, profesor de Química, en 3º, 4º y 5º año.

Recuerdo con especial cariño al profesor de Literatura, en 2º año, Ángel Fuguett, oriundo de Mitare, quien era hermano del Padre Fuguett, nuestro sacerdote de la Iglesia San Nicolás de Tolentino, santo patrono de Pedregal. Aunque no me dieron clases, también recuerdo a los profesores Alfonso Valecillos, Nicolás Lasser, Estrella y Fonseca, que fueron profesores de mis hermanas.

Mención especial merece el profesor de Deportes, el panameño Humberto Ramos, quien logró formar un formidable equipo de deportistas talaveranos que destacaron en diferentes áreas, entre ellos mi hermana Marianela, campeona estatal y por poco tiempo, también campeona nacional de Salto Alto, creo que a comienzos de los años 60.

Entre el grupo de bedeles, recuerdo al señor Guanipa, el señor Cordero “Rayita” y el señor Talavera, quienes se ocupaban de mantener el orden entre los estudiantes, vigilando que nadie quedara en los salones fuera de las horas de clases y sobre todo, de evitar que las juveniles parejitas se escondieran en las últimas escaleras que quedaban al final de los largos pasillos del nuevo Liceo.

Para los jóvenes estudiantes que vivíamos en el Campo Shell, la zona residencial de la refinería Cardón, era algo complicado el traslado hasta el Liceo en Punto Fijo. Al principio, tomaba un bus que creo costaba un medio, equivalente a 0,25 bs. Otras veces iba en carrito, un poco más caro, no recuerdo si el pasaje costaba un real, o sea, 0,50 bs.

Este traslado Campo Shell a Punto Fijo y retorno, no dejaba de ser una preocupación para mis padres, quienes inmediatamente contrataron un carro fijo, algo más costoso pero más seguro, que me llevaba y traía desde la puerta de mi casa hasta la puerta del Liceo.  Por casualidad, este carro también transportaba a mis profesores Carlos Peña y Carmelo Duarte.

Fue entonces cuando apareció el recordado señor Perozo, quien se dio cuenta de la necesidad de transporte que tenían un grupo de liceístas que vivían en la Shell y visitó la casa de cada uno y habló con sus padres ofreciendo sus servicios de transporte desde la puerta de la casa hasta la puerta del Liceo, en el bus de su propiedad, que mi querido amigo Abdón Ortíz Verhooks bautizó como “El Tronche Viejo”.

Fueron memorables nuestros viajes en el Tronche Viejo, siempre una fiesta, con Abdón, “Pico” y los demás muchachos payaseando, contando chistes y haciendo bochinche. A veces Abdón traía un cuatro y nos cantaba, era el alma de nuestro grupo. Todo el viaje era un chiste, risas, carcajadas, cantos y altisonantes voces juveniles, pero siempre fiscalizados por el señor Perozo que no permitía una palabra o actitud fuera de lugar, o que fuera motivo de vergüenza o molestia para las muchachas. Creo que fue al año siguiente, al crecer su negocio, cuando el señor Perozo contrató un chofer mientras él manejaba otro de sus transportes, a los que puntualmente, Abdón bautizó como “cara’e muerto” y “cara’e tragedia”.

Un día, estando todavía en la vieja sede, la profesora Zoraida de Martínez convocó a todas las estudiantes a una reunión en la que decidiríamos sobre nuestro uniforme. Participé con mi voto en la elección de nuestro primer y único uniforme, entonces vanguardista, ya que lo que entonces se usaba en esa materia eran los colores planos, sin dibujos.

De todas las ideas lanzadas por el grupo de muchachas del liceo, que la profesora Zoraida iba dibujando en el pizarrón, el triunfador fue un modelo jumper de amplia falda plisada en tablones gruesos, realizado en fresca y económica tela de popelina color verde hoja con lunares blancos. El uniforme se completaba con camisa blanca abotonada al frente con cuello de bordes redondeados, ribeteado de la misma tela de la falda, ribete que se repetía en el doblez de la manga corta. Además, llevaba al cuello un pequeño y fino lazo de la misma tela verde de lunares, modelo que mi querida madre inmediatamente me cosió. 

Estos recuerdos algo inconexos, son un pequeño homenaje a mi Liceo Mariano de Talavera y espero que anime a los lectores que alguna vez fueron sus alumnos, a escribirnos con sus anécdotas y recuerdos de unos de los mejores cinco años de nuestras vidas. En el Candil Pedregalero esperamos sus mensajes.

Monterrey – Estado de Nuevo León – México

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3 comentarios en «El Liceo Mariano de Talavera»

  1. Muy buen artículo, ya que rememora una época cuando la calidad de la educación secundaria en Venezuela era de primerísima calidad con un plantel de educadores muy calificados. Yo llegué al Liceo en el año 1966 y casi todos los profesores que se mencionan en el artículo también fueron mis profesores. Recuerdo que por esos años, Guillermo De León Calles fué elegido presidente del Centro de Estudiantes por una mayoría abrumadora en representación del partido político MEP. Para ir al Liceo tomaba un bus de Transporte Arévalo que costaba 0,25.

  2. Gracias. Excepcional el Liceo Talavera de aquellos tiempos. Recuerdo que de mi promoción de 1964, todos los que aplicamos para seguir estudios universitarios fuimos aceptados.

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