ENFOQUE LIBERAL – EL CANDIL – AÑO IV – N° 188.-
Desde hace mucho tiempo, el discurso estatista ―el cual es parte del pensamiento socialista, feminista, indigenista, ecologista, entre otros derivados del colectivismo― ha promovido una imagen negativa acerca del empresario basándose de manera curiosa e irónicamente en los habituales casos de corrupción política en los cuales se ven involucrados políticos y hombres de empresa, pero que jamás habrían podido suscitarse si los agentes del Estado no gozaran de la facultad de inmiscuirse en el mercado.
Esta es, por supuesto, una movida conocida en la retórica estatista: pretender invertir los papeles a partir de una falacia de sobregeneralización para posteriormente recurrir a la manipulación de los conceptos y así, junto a las facilidades que les brindan los medios masivos, poder darles una connotación que se ajuste a su cosmovisión. Una estrategia que inevitablemente evoca los pasajes del distópico mundo orwelliano de “1984”.
Si algo tiene que tener claro toda persona que defienda las ideas de la libertad, es que el empresario, como arquetipo del hombre creador de riqueza, es el responsable de la evidente mejora superlativa en la calidad de vida de la población mundial, pero esto no implica que toda persona que se dedique a hacer empresa sea un individuo de conducta moral. Por ello, cuando se aboga por la libertad económica, se hace mención del empresario y no de “los empresarios”; es decir, se defiende el derecho de toda persona de poder comerciar libremente con sus semejantes, mas no a todo aquel que, “haciendo empresa”, ocasione alguna forma de perjuicio a los demás.
Una sólida defensa de las ideas de la libertad requiere del suficiente coraje e integridad moral para no vacilar al momento de señalar lo que está mal, aunque ello implique mirar hacia el lado propio.
NOTA DEL EDITOR: Este artículo fue publicado en la página “Enfoque Liberal” y es compartido en “El Candil” con autorización de su autor y administrador.
