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El engaño populista

CAMINANTE NO HAY CAMINO – FREDDY RIERA – EL CANDIL- AÑO I – N° 36.

Para esta semana traigo un extracto de un libro escrito por AXEL KAISER y GLORIA ÁLVAREZ, llamado “El engaño populista”. Como todos saben, ambos autores, Axel Kaiser y la politóloga guatemalteca Gloria Álvarez son reconocidos por ser defensores del modelo republicano, del imperio de la ley, la libertad, la propiedad privada y el capitalismo, y como acérrimos enemigos del populismo, socialismo y colectivismo.

Anatomía de la mentalidad populista 

El populismo ha sido un mal endémico de América Latina. El líder populista arenga al pueblo contra el «no pueblo», anuncia el amanecer de la historia, promete el cielo en la tierra. 

Cuando llega al poder, micrófono en mano, decreta la verdad oficial, desquicia la economía, azuza el odio de clases, mantiene a las masas en continua movilización, desdeña los Parlamentos, manipula las elecciones, acota las libertades. 

Existen al menos cinco desviaciones que configuran la mentalidad populista y que es necesario analizar para entender el engaño que debemos enfrentar y superar. 

La primera es un desprecio por la libertad individual y una correspondiente idolatría por el Estado, lo cual emparenta a nuestros populistas socialistas con populistas totalitarios como Hitler y Mussolini. 

La segunda es el complejo de víctima, según el cual todos nuestros males han sido siempre culpa de otros, y nunca de nuestra propia incapacidad para desarrollar instituciones que nos permitan salir adelante. 

La tercera, relacionada con la anterior, es la paradoja «antineoliberal», según la cual, el neoliberalismo —o cualquier cosa relacionada con el libre mercado— es el origen último de nuestra miseria. 

La cuarta es la pretensión democrática con la que el populismo se viste para intentar darle legitimidad a su proyecto de concentración del poder. 

La quinta es la obsesión igualitarista, que se utiliza como pretexto para incrementar el poder del Estado y, así, enriquecer al grupo político en el poder a expensas de las poblaciones, beneficiando también a los amigos del populista y abriendo las puertas de par en par a una desatada corrupción. 

Veamos en qué consiste cada una de estas desviaciones

El odio a la libertad y la idolatría hacia el Estado. Aunque el concepto «populismo» es muy confuso, en términos generales podemos decir que consiste en una descomposición profunda que parte a nivel mental y se proyecta a nivel cultural, institucional, económico y político. 

En la mentalidad populista se espera siempre de otro la solución a los problemas propios, pues se hace siempre a otro responsable de ellos. Es la lógica del recibir sin dar, y, ante todo, es esa cultura según la cual el gobierno debe cumplir el rol de providente y encargado de satisfacer todas las necesidades humanas imaginables. 

Políticamente, el populismo suele encarnarse en un líder carismático, un redentor que viene a rescatar a los sufrientes y asegurarles un espacio de dignidad en el nuevo paraíso que este creará. 

Esto es particularmente notorio en el caso del «socialismo del siglo xxi». El populista lleva a cabo su programa utilizando las categorías de «pueblo» y «antipueblo». Él dice encarnar al «pueblo» y, por tanto, quien esté en contra de sus pretensiones estará siempre, por definición, en contra del «pueblo» y del lado del «antipueblo», lo que significa que debe ser marginado o eliminado. 

La figura populista, debido a su idea de hacerse cargo de la vida del «pueblo», fomenta el odio en la sociedad dividiéndola entre buenos y malos. Ya lo decía el Che Guevara en su mensaje a través de la revista Tricontinental, en 1967: «El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. 

Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal. Cuando Guevara planteaba esta idea se refería, por cierto, a la revolución violenta  marxista. Pero, en lo fundamental, la estrategia del populismo socialista no ha cambiado, siendo la inserción de odio en la sociedad el primer paso. 

El segundo paso consiste en eliminar la libertad económica anulando lo más posible el derecho de cada individuo a gozar del fruto de su trabajo. Las expresiones concretas de la política económica y social del populista, ya sea de derecha o de izquierda, son conocidas: un Estado gigantesco que se mete en todo y lo controla todo; masiva redistribución de riqueza a través de altísimos impuestos y regulaciones que obligan a los privados a asumir roles fiscalizadores más otros que no les corresponden. 

Y sumemos otras: altas tasas de inflación, producto de la monetización del gasto estatal; controles de capitales para evitar que los dólares se vayan del país; discrecionalidad de la autoridad en todo orden de asuntos económicos, lo que implica la desaparición del Estado de derecho; burocracias gigantescas e ineficientes; deuda estatal creciente; caída de la inversión privada; incremento del desempleo; corrupción galopante; aumento del riesgo país; deterioro del derecho de propiedad y de la seguridad pública; privilegios especiales a grupos de interés asociados al poder político, y creación de empresas estatales totalmente ineficientes. 

Las promesas siempre son todo lo contrario: utilizar el aparataje del poder estatal para supuestamente elevar al «pueblo» a un mayor nivel de bienestar mediante regalos y prebendas de distinto tipo. 

Por eso debe terminarse, por ejemplo, con la independencia de la banca central, pues esta es una idea «neoliberal»; deben estatizarse las empresas, al menos las más importantes, como las de las áreas de los recursos naturales y energéticos, y deben subirse dramáticamente los impuestos y desarrollar una red asistencialista gigantesca que tenga a millones de personas dependiendo del Estado. 

El populismo clásico es siempre estatista porque basa su proyecto en un eje redistributivo radical. Como explicaron los profesores Andrés Benavente y Julio Cirino en su estudio sobre la materia, «el populismo clásico es estatista, pues supone un Estado sobredimensionado con cuyos recursos realiza su labor redistributiva».

 Nada de lo anterior es un fenómeno exclusivamente latinoamericano, por cierto, el nazismo alemán y el fascismo italiano, por ejemplo, aunque con un núcleo ideológico más depurado y otras importantes diferencias con lo que hemos visto en la región latinoamericana, también fueron movimientos populistas que hicieron del odio a la libertad individual y de la adoración del Estado su propulsor fundamental. 

Lo cierto es que, más allá de la complejidad de las comparaciones, ideológicamente, gente como Mussolini, Hitler, Stalin y Mao estuvieron en la misma trayectoria de un Chávez, Perón, Castro, Iglesias, Allende, Maduro, Morales, Correa, López Obrador, Kirchner y Bachelet (esta última en su segundo gobierno, en el cual implementó un programa refundacional con el objetivo de terminar el exitoso sistema de libertades prevaleciente por más de tres décadas). 

Guardando las distancias históricas y culturales, el elemento ideológico antiliberal, antindividualista y anticapitalista radical fue tan de la esencia del nazismo y del fascismo como lo es del socialismo populista del pasado y del socialismo del siglo XXI promovido por Chávez y sus seguidores latinoamericanos y europeos en general.

El Engaño Populista-El Candil Pedregalero

Naples-Florida-EEUU

08 de diciembre de 2019

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2 comentarios en «El engaño populista»

  1. Extraordinaria lectura…..Si por lo menos el 70% de los latinoamericanos escuchara y leyeran a Gloria Álvarez, creo que se comenzaría a transitar otro camino…..

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