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El club de los buenos días

EL CANDIL – AÑO III – N° 133.

En la década de los 90  fundé y presidí una organización no gubernamental llamada AGRUPACIÓN PRO CALIDAD DE VIDA. Aunque nunca pasó de tener unos pocos miembros activos, alrededor de 30 personas,  logramos desarrollar un grupo de programas anti-corrupción, educación ciudadana y liderazgo comunitario que tuvieron un positivo impacto en sectores de la población venezolana y de algunos otros países de la región, como Panamá y Paraguay.

Para mi sorpresa uno de los “programas” más exitosos que tuvimos fue el Club de los Buenos Días, el cual decidí iniciar a título personal. Se originó porque yo salía a caminar  todos los días por la zona donde vivía y veía venir por la acera a mucha gente. Cuando me cruzaba con ellas la inmensa mayoría pasaba a mi lado sin hacer contacto visual, sin dar los buenos días, a pesar de mis saludos. Y, entonces, decidí comenzar una agresiva campaña de darle a todos los transeúntes los buenos días, de manera un tanto enfática, lo cual los obligaba a responder. Al cabo de algún tiempo haciendo esto, noté que una buena parte de la gente, conocida o no,  respondía a mi saludo o, inclusive, iniciaba el saludo

Decidí escribir un corto artículo sobre mi experiencia, creo que en “El Diario de Caracas”, colocando al final la dirección de Pro Calidad de Vida y me sorprendió recibir docenas de cartas pidiendo información sobre cómo inscribirse en el Club de los Buenos Días, preguntando “cuanto valía la inscripción”.

 Ello reforzó mi creencia que el ser humano solo necesita un pequeño empujón para aumentar su interacción positiva con los demás y que muchos no lo hacen por timidez o por la desconfianza generada por la carencia de buena ciudadanía.

Algunos años después, en 2001, leí en el Washington Post un artículo de Art Buchwald, el célebre humorista estadounidense, titulado  “LOVE AND THE CABBIE” ( “EL AMOR Y EL TAXISTA”), leer una reproducción aquí:

https://lovebeinghere.com/2014/05/29/love-and-the-cabbie/.

 En ese artículo Buchwald narraba haber viajado en un taxi por Nueva York con un amigo, quien al salir del taxi felicita al taxista por haber manejado muy bien. El taxista, típico neoyorquino,  le dice: ¿“Me está tomando el pelo”? (Are you a wise guy or something?) Pero el amigo de Buchwald le reitera que está muy contento de sus servicios.

 Al salir del taxi Buchwald preguntó al amigo por qué lo hace y este le respondió que estaba tratando de hacer a Nueva York City más amable y le agregó: “si el taxista tiene 20 clientes ese día y es amable con ellos o con algunos de ellos, esos se sentirán a su vez motivados para ser amables con otros que se crucen en su camino, lo cual puede llegar a poner de buen humor a unas 3000 o más personas”,  quienes  – a su vez – harán felices a otros.  Cuando Buchwald le dice que probablemente nadie reaccionará positivamente el amigo le dice: ‘No pierdo nada si nadie lo hace”.

Y ya cuando se van a separar el amigo de Buchwald  le echa un piropo a una dama nada agraciada que se les cruza en el camino y Buchwald le pregunta por qué lo hizo, si la dama es fea. El amigo le responde: “Imagínate, si es maestra sus alumnos van a tener un buen día hoy”.

Algún tiempo después de leer este artículo, autoexiliado en USA “gracias” a Chávez, me encontré con Buchwald en el metro de Washington y le entablé conversación y le hablé de mi iniciativa y de cuanto había disfrutado su artículo sobre una idea similar.

Me dijo, sonriendo: “¡Considérame miembro de tu club!”.

Foxfire – Virginia – EEUU

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1 comentario en «El club de los buenos días»

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