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Crónicas de la tierra nuestra

GUILLERMO DELEÓN CALLESEl Candil Pedregalero – Año II – N° 73 – Sábado, 08 de agosto 2020.-

Un intenso calor, que pareciera provenir de la piel misma de su gente, recorre sin tregua la tierra reseca de Pedregal y a un cielo, que pareciera no darle permiso a sus nubes, para que desparramen la lluvia que logre remojar la esperanza de quienes entran religiosamente a la iglesia de San Nicolás de Tolentino.

El pueblo es una sucesión de casas inmensamente solariegas, en las cuales se pasean las nostalgias y los gratos recuerdos de lo que fueran sus espíritus de grandeza y que no permitimos que ello se anule, como lo logra la tutela de sus permanentes enaltecedores, entre ellos Fidias Riera, quien decidió una vez condecorar, con suma generosidad y cortesía desbordante, el legado suscrito por los que decidieron amparar a Pedregal, con el honroso título distrital de Democracia.

Esta reunión de piedras y sentimientos, que al final ha privilegiado su ahora distinción municipal, carga en el corazón lo que han sido sus repiques desde el campanario, llamando a la liturgia por la Virgen del Carmen o por su santo patrón o llamando al recorrido cada vez que un año abre sus felices compuertas, por las calles olorosas a tiempo indeleble.

Pedregal, el cual de acuerdo con algunos auscultadores de su modesta vida, se llamó alguna vez Utaquire, está ubicado en la ribera de una corriente de agua, que en sus principios debió ser un caudaloso río, en el cual navegaron nuestro sueños infantiles o algún tronco añejo y despeinado, sacado de su vida por unas ráfagas de viento desaforado y que nunca tuvimos la oportunidad de bienvenirlas.

La gente excepcionalmente pintoresca, aún se pasea por nuestra imaginación. Ellos responden a nombres desapellidados, como el de Mauricio, cuya mudez no le permitía trascender sus sufrimientos o el de Cachaza, intenso predicador de silencios o el de Eulogio, arrastrándose sobre la dureza de las piedras, que remotamente fueron agua y el de Chejendé, con su dogma alcohólico destilando la esencia de los caminos.

Allí está nuestro pueblo, sumergido entre las dimensiones del pretérito y la esperanza, distinto por las causas del tiempo y sin embargo igual de noble, con su escolta montañosa de siempre, representada por Avaria y una Agua Clara, en la cual se reflejan los azules del firmamento.

NOTA: Esta crónica fue tomada de la página “Pedregal, ayer y hoy”, de una publicación realizada por Luis Ramírez Sánchez, con autorización de Guillermo Deleón.

Punto Fijo – Península de Paraguaná – Estado Falcón – Venezuela

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1 comentario en «Crónicas de la tierra nuestra»

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